miércoles, 15 de junio de 2011

Kansas

Cuando era niña (cuerpo, mente, oscuridad) no entendía el porqué Dorothy decía que no había lugar como el hogar. Yo quería huir, escapar, conocer países, gente, alejarme de este pueblo chico, poblado de mentes chicas.

Pero crecés, y te das cuenta que la vida suele ser tan o más dramática que la escena en que 25 chinos mueren gasificados en Biutiful.

Después de muchas idas y venidas, de infancias truncadas y sueños rotos, Sobrino Podrido partió el día de ayer hacia Londres. Su madre, incapaz de lidiar con el hecho de que el hijo de puta con quien compartió casa, vida, durante más de 15 años, ya NO la amaba, prefirió poner un océano de por medio para aplacar el dolor.

En el aeropuerto, traté de memorizar esa carita infantil que tantas veces me acompañó, ropa, gestos, palabras, olores, lágrimas. Ese rostro que en los últimos meses mutó de inocente alegría a hosquedad.

Sé que será la última vez que lo vea en su cuerpo de niño, sé que cuando regrese o cuando yo vaya, encontraré/encontrará otra persona. Para él, la mancha de gente que se quedó difusa en la puerta de embarque, será aquello que añorará/añoraremos junto a sus amigos de infancia, su padre, su Totó, su hogar.

Yo me quedo supuestamente en Kansas, pero al verlo partir, sentí que perdía otro pedacito de esos que he ido perdiendo todos estos años. Pedazos que no se recuperan, y que dejan huecos profundos que luego se llenan de telarañas, moho y ausencias.

Supongo que cuando piense en él, mi sobrino, el hijo de mi amiga, mi hermanito, también mi hijo...siempre, inevitablemente, tendré ganas de juntar los talones.